«Hacer juegos malabares es dejar caer», dice Paul Magid, director y fundador de The Flying Karamazov Brothers. No se me ocurre mejor metáfora para definir el espectáculo que disfruté ayer en el Teatro Compac Gran Vía.
Nunca me había planteado por qué los malabares consiguen atraer la atención y admiración de todo tipo de públicos. Después de ver 4Play creo que lo he entendido. La tensión que se genera cuando los artistas lanzan mazas al aire sin apenas lógica para el espectador despierta un férreo deseo común en el patio de butacas para que cada objeto acabe en la mano correspondiente. Si así sucede, la satisfacción llega y el aplauso la evidencia. Aplaudimos aquello que admiramos, lo que creemos que somos incapaces de imitar, lo que roza el virtuosismo y aquello que nos mantiene la ilusión viva. Los juegos malabares, como tantas otras disciplinas circenses, se apoyan en esta premisa.
Sin embargo, lo original de este espectáculo es que The Flying Karamazov Brothers -ojo, que ni vuelan, ni son rusos, ni son hermanos- consiguen dar una vuelta de tuerca introduciendo otros elementos igualmente infalibles para meterse al público en el bolsillo: el humor y la música.
Brillantes fueron los dos números finales haciendo alarde de su especialidad. Pero he de destacar un momento genial en el que los cuatro cómicos consiguen obtener una melodía de una flauta, una tuba y una guitarra, con el mérito de que cada uno de ellos tocaba dos instrumentos a la vez.
La valía como cómicos de Paul Magid, Mark Ettinger, Roderick Kimball y Stephen Bent quedó manifiesta ante la defensa de textos salpicados de guiños hacia la cultura española y por su capacidad para convertir su marcado acento inglés y su desconocimiento de nuestro idioma, lo que podría haber sido un handicap, en un aliado para arrancar las risas de los asistentes al estreno.
Con todas estas capacidades a su disposición, el cuarteto consiguió transmitir, aparte de muy buen rollo, la idea de que a veces las cosas caen, como en los malabares, pero no llegan al lugar esperado, a la mano que los aguarda. Pudimos comprobar que fallar y reconducir aquello que se extravía del camino previsto resulta incluso divertido.
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