Una de las cosas que me gusta de la ciudad de Madrid es que nunca se termina de conocerla, o, dicho de otro modo, siempre es fácil encontrar un lugar nuevo por descubrir a poco que te lo propongas. Y eso me ocurre precisamente con las salas de teatro, sobre todo con las pequeñitas, las llamadas alternativas.

La pasada semana tuve oportunidad de acercarme hasta la sala TIS, en Lavapiés, alentada por el equipo de Teatro Eterneo, que estos días presenta su particular visión de El pelícano, de August Strindberg. Y cuando digo alentada quiero hacer especial hincapié en el esfuerzo que estos entusiastas del teatro están haciendo, sobre todo a través de las redes sociales, por dar a conocer su trabajo. Muchos espectáculos con mayor respaldo presupuestario y de comunicación pasan sin pena ni gloria por la cartelera madrileña, aun siendo productos de calidad. Sabemos que muchas veces es cuestión de suerte, de preferencias del público, de modas, del resto de productos entre los que elegir… Pero pocas veces fallan la ilusión, el esfuerzo y el empeño que vienen desde abajo.

El equipo dirigido por Rebeca Mayorga está consiguiendo que muchos teatreros recalen en esta pequeña sala para disfrutar de la otra cara de su oficio, la que luce, la de ser actores. Beatriz Collado, Germán Bernardo, Sabina Coira, Álex Alcaide y Elena Méndez -ahora activa componente del grupo de tuiteatreros- se atreven sobre el escenario con un texto poco representado, cuyo título hace referencia a una antigua leyenda del pelícano, que contaba que estas aves aman tanto a sus crías que las alimentan con su propia sangre.

De nuevo me encuentro sobre las tablas a una madre desnaturalizada -hace unos días fue en La reina de belleza de Leenane, en el Teatro Nuevo Alcalá, y que por cierto sigo recomendando-. Y no diría yo precisamente que esta madre se extrae su propia sangre para alimentar a sus hijos, sino más bien al contrario, les chupa la suya hasta dejarlos secos, literalmente. En este caso no es tanto el temor a la soledad, sino la codicia y el deseo oculto los motores de esta madre que no se arredra ante nada ni nadie para cargarse la figura de un padre ya fallecido, conseguir que su amante se case con su hija y llevar al borde de la locura a un hijo atormentado por una dura infancia.

Amparados tan solo por una escenografía conceptual y un sobrio vestuario, pocas armas para defenderse tiene el elenco más que su propio trabajo con el texto, como ellos dicen hacerlo, desde el exterior al interior, dando oportunidad al cuerpo para que surja lo crudo, lo íntimo. Y en este proceso logran momentos de autenticidad por los que merece la pena acercarse a verlos. De momento, están ampliando funciones a los domingos, y eso no es sólo producto de la ilusión.